Hace muchos años que no se vivía un clima electoral tan singular en nuestra política.

Las elecciones cordobesas pasaron, y dejaron un tendal de sorpresas.

En la competencia por la gobernación, con una oposición totalmente fragmentada y un peronismo sin fisuras, el triunfo de Juan Schiaretti estaba cantado de antemano. Sólo restaba saber con qué porcentaje de votos renovaba su mandato. Y resultó lo que se esperaba: una victoria aplastante.

Con estos números sobre la mesa, se labró el acta de defunción política del que parecía ser la nueva figura fuerte del radicalismo: Ramón Mestre. La puja por ser gobernador dejó, al día siguiente, la sensación de que se acerca un cambio generacional en la política cordobesa.

Primero, el del apellido Mestre como protagonista de los últimos años. Ramoncito, un actor demasiado pretencioso que no supo capitalizar dos mandatos consecutivos como intendente de una de las ciudades más grandes del país. Con una gestión, por lo menos, mediocre; el resultado estuvo a la vista. Sin el carisma que supo tener su padre, sumió al radicalismo en una de sus peores derrotas de las últimas décadas. Por capricho, por pretender ocupar un lugar que está lejos de llenar.

Segundo, y aunque parezca lo contrario, la victoria de Schiaretti también acerca un cambio generacional. El actual gobernador tiene la chance de gobernar una vez más, de acuerdo a la Constitución provincial, y ya no podrá repetir.

Fallecido José Manuel de la Sota, la tarea del gobernador no solo será administrar Córdoba, sino también la de formar un sucesor. Una cara nueva que asegure la permanencia en el poder de su espacio.

En otro escenario, la capital cordobesa mostró lo suyo. Tras una accidentada, pero airosa, campaña, Martín Llaryora logró recuperar la ciudad para el peronismo. Plaza que desde 1999 no le daba una alegría al PJ.

La tarea de Llaryora será equilibrar las “siempre al límite” finanzas municipales. Transporte, basura y empleados públicos parecen ser las afiladas puntas del tridente que deberá enfrentar el futuro intendente. De esto dependerá su éxito o su fracaso. Al finalizar el mandato se le presentarán tres escenarios probables: Que su gestión fracase, y deba volver a su amado San Francisco a empezar de nuevo.

El segundo, que su gestión resulte “aceptable” y la necesidad del PJ de no perder la ciudad lo lleve a renovar el mandato.Y el tercero, y con el cual se ilusionan en su entorno, es que tras un exitoso paso por el Palacio 6 de Julio, y el retiro obligado de Schiaretti, sea ungido como el sucesor del binomio que gobierna desde 1999.

En el escenario regional, el resultado también era previsible.

La tracción de votos del gobernador encabezando la boleta daba un buen augurio a quien se pusiese al hombro la campaña de Hacemos por Córdoba en el departamento Río Primero.

Sin embargo, el radicalismo siempre se hizo fuerte en la zona. Pero tuvo el desatino de apostar sus fichas en un personaje que, si bien venía de una gestión aceptable como intendente de Monte Cristo, nunca se caracterizó por ser un líder carismático. A su vez, venía de esquivar problemas judiciales por los negocios de su familia, que fueron solucionados sobre el final de la campaña, pero que lo mostraban golpeado ante un nuevo electorado mucho más heterogéneo. Falló la elección del candidato y falló el equipo que le manejó la campaña, si es que lo tuvo. Nunca lograron posicionarlo.

En contraparte, al frente había un candidato que representaba todo lo contrario. Provino de una empresa familiar saludable, y de gran prestigio. Con una estética impecable, y un grupo de colaboradores que lo apuntalaron férreamente, y lo llevaron a recorrer casi once mil kilómetros del departamento. Esto hacía de “Juanjo” una figura más que atractiva para el votante que busca cambios. Resultado cantado: Las elecciones no se ganan desde un sillón, y el peronismo recuperó el departamento una vez más.

A nivel local, Monte Cristo volvió a mostrar que la política es mucho más compleja de lo que se ve.

El partido de la oposición, Hacemos por Córdoba, reunía todas las condiciones para asegurarse la victoria. Además de la boleta única que aseguraba el plus del gobernador. El candidato a legislador era local, lo cual aportaba lo propio.

Al frente, el radicalismo tenía el desafío de mitigar 12 años de gestión, que, aunque la gestión haya sido aprobada, el desgaste siempre juega a favor de los opositores.
Sin embargo, lo que falló fue el candidato. Optaron por una persona asociada al pasado. La sombra del exintendente Héctor Rossi se asomaba por sobre el apellido. Una cuestión de familia. Pero no se puede culpar al apellido per se.

La persona elegida nunca tuvo buena aceptación entre los votantes de la ciudad. Un empresario, sin función social relevante dentro del pueblo. Sin carisma, y que venía de integrar las listas que fueron derrotadas sucesivamente desde el 2007 en adelante. Es decir, más de lo mismo.

Por esta postura cuasi sectaria del peronismo local, que sigue apostando a figuras repetidas, dejaron escapar una elección en donde todo el contexto era favorable. Mientras, permitieron que el radicalismo se oxigene de la mano de una candidata nueva, y que sabe manejarse muy bien en el paño político.

Los radicales, al menos en el plano local, fueron inteligentes. Ante la posibilidad de que el actual intendente intente renovar por su cuarto mandato, parte de sus bases resistieron esta idea. La figura del intendente venía desgastada, y ya había encontrado su techo. A su vez, la relación con parte del gabinete y parte de la juventud radical era tensa, y venía perdiendo apoyo.

Algo que nunca expresaron puertas afuera, pero era un secreto a voces. La otra posibilidad era el eterno candidato de contiendas pasadas que amenazó con pedir internas. Personaje que nunca ganó una elección, pero que siempre se las ingenió para formar parte de los gabinetes.

Finalmente, y para beneplácito del partido, el “Plan V” local. Era poner en la cancha a la candidata estrella de hoy que asegurara la continuidad de la gestión, pero con un nuevo aire. El resto de los nombres que alguna vez sonaron como sucesores, fueron solo chispazos de ilusiones personales que brillaron con luz prestada. El resultado fue contundente, y la “Ola cordobesa” fue absorbida por más de ochocientos votos de diferencia que consagraron a “La Vero”.

Dado el panorama descripto, y con el diario del lunes, los desafíos de los partidos a partir de ahora son muy puntuales. En el radicalismo, se espera una oxigenación en el gabinete, barajar y dar de nuevo. Evaluar lo que se hizo hasta el momento para poder corregir los flancos débiles de las gestiones pasadas. Desprenderse de aquellas personas que sembraron dudas en su momento hacia adentro y hacia afuera del municipio. Y encarar una nueva etapa, más transparente y abierta a nuevas ideas.

En tanto, el peronismo local lo que necesita, si algún día quiere volver a ser una opción de gobierno viable, es una purga. Por cuarta elección consecutiva, las caras de la derrota fueron casi siempre las mismas. No es el momento de los tibios. El partido necesita una verdadera revolución interna que despoje a la vieja dirigencia de pedestales a donde se subieron solos.

Y en el vademécum de apellidos, inscribir aquellos que, a partir de ahora, sólo deberán formar parte del pasado.